Las palabras se abrazan



           Las palabras están impregnadas de olores sutiles. Es el otoño entre los árboles del bosque y las hojas secas invaden todo el suelo. Ya están putrefactas, y serán la vitamina de la tierra. Allí aparecerán todo tipo de hongos y bacterias que fortalecerán el suelo con esa capa llena de ricos nutrientes. Ahora hace frío, aún no nevó, pero cuando suceda, será una forma de eliminar todas esas minúsculas criaturas que vivieron algunos días, o semanas, transformando las hojas en algo nutritivo y benefactor. 
El cielo está de un color azul celeste intenso. Algunas nubes gris oscuro forman un celaje al final del horizonte. Cae la tarde, y llega la noche, en esa hora mágica, donde uno ve formas extrañas y siluetas alargadas y sombrías. Los árboles de mayor porte son los gigantes protectores que con sus ramas desnudas abarcan todo el lugar, y se tocan con sus hermanos en cada punto cardinal. Los del sur son más altos porque por allí el viento hace un recodo en el camino y no los toca. Han crecido un poco más que los del Norte. Pero se cuidan unos a otros en una sinfonía silenciosa de pequeños y sutiles mensajes y transmisiones etéreas qué solo ellos conocen. Los árboles están conectados por sus raíces, por eso la oxigenación y vitaminas que proporcionan las hojas y los helechos los ayudan a crecer y conectarse en las bases mismas de su ser. 
La oscuridad lo cubre todo. Nada se ve, solo algunas formas más oscuras. De pronto todo se torna pálido, etereo, la temperatura es singular, está a cero grados. Lentamente comienzan a caer pequeñas plumas blancas sobre la naturaleza nocturna. Ha comenzado a nevar. Los copos son cada vez con mayor volumen. En unas horas un chal ha cubierto todo ese paisaje, dejando uno nuevo, con otras figuras y cuerpos aformes que disimulan sus orígenes. Allí pasó, blanca y radiante, la nevada del invierno. Luego un viento fuerte arremolinó sus copos y los arrastró hasta depositarlos en los lugares más recónditos. El paisaje se disfrazó de invierno por unas semanas. Por fin cesó y el sol, opaco y distorsionado subió al cenit, triste y apagado. Pasaron dias y noches blancas y frías, que invadieron todo. De pronto, un pájaro trino en lo alto de un enorme árbol. Fue el primer sonido para despertar a todos. Las cascadas comenzaron a fluir montaña abajo, regando los valles y cañadones y resucitando las semillas guardadas bajo la tierra. La vida volvía a renacer.  

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