La cocina de la Nona

Hoy es uno de esos días en que aparecen muchos recuerdos de la infancia. Mi nona Leti. La nona que me enseño a cocinar y el placer de hacer las cosas con amor. La recuerdo en el galpón, que usaba de cocina, sentada en una silla de esterilla, baja, sobre la ventana que daba a la calle, donde no se perdía nada de lo que pasaba allí, y sobre la mesa amasando, repulgando empanadas, armando bollos o pastelitos. Mi abuela tenía el pelo corto y entrecano. Usaba anteojos de marco negro y era una mujer que se levantaba muy temprano a cocinar. Preparaba el desayuno con pan fresco, escones, y galletas con dulce, que también preparaba ella. Recuerdo esos momentos entre el humo de la mañana y el olor a masa en esa cocina, y mi abuela sentada con su delantal cubriendo sus piernas contándome lo que prepararía ese día. Mis recuerdos de la abuela Leti son casi todos en la cocina, enseñándonos a cocinar. Tengo el olor y el sabor de esos manjares impregnados en mi mente, y el humo de ese lugar con grandes cacerolas de hierro, hirviendo dulces y conservas. El olor a pan recién horneado y esas empanadas grandes y sabrosas que hacía. Las fiestas eran un banquete increíble. Hacían huevos rellenos, mayonesas de ave, pollos y pavos rellenos con nueces, pasas y perejil con ajo. Mi abuela tenía olor rico a comida casera. Teníamos una relación increíble. Una vez, recuerdo, le peiné tanto el pelo mientras hacía que dormía una siestita, que el peine se enredó y hubo que cortarle el pelo para poder sacárselo de la cabeza. La nona, no se enojó, solo me dijo que eso no se hacía, y listo. Ir a la casa de mis abuelos en Sosa, era lo mejor que nos podía pasar. Ni bien llegábamos nos íbamos a jugar a los árboles o a las higueras del fondo. Era una manzana completa, donde un la mitad, estaba la casona y el almacén, los galpones y sobre la calle de lo Brondi, el galpón con bolsas y fardos. El almacén era un lugar especial, Allí estaba, en su rincón, el abuelo Julio, con sus libros de contabilidad. Leía mucho la Prensa y tal vez algún libro, No recuerdo bien que leía, Pero allí estaba toda la mañana y parte de la tarde. Recuerdo a mi abuelo parado en la puerta del almacén, con su bastón, sus anteojos redondos, y su pipa. Era flaco y alto, blanco, rubio, de nariz prominente, y ojos muy lindos. Yo quería mucho a ese abuelo que siempre sacaba del bolsillo unos caramelitos y me los daba en secreto y sin que nadie se diera cuenta.
Ahora que han pasado los años y los recuerdos se agolpan en mi mente desordenados y placenteros, intento una secuencia para poder dejarlos por escrito para todos los que quieran leerlos.

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