Agua que cae del cielo.

Llueve intensamente sobre la ciudad. 
Hacía mucho que no llovía de esta manera. No es común que caiga tanta agua en tan poco tiempo. Y en esta parte del mundo, no estamos preparados para estos chubascos. Hay mucha gente evacuada, caminos cortados, y situaciones que preocupan a todos. Seguramente se cortará el suministro de agua potable, porque el río, de donde se extrae, vendrá con fango. Así estamos en esta ciudad del sur de ciento diez mil habitantes. 
Ha crecido en estos últimos años en forma exponencial, como se ha deshabitado el interior de la provincia. Con sus mesetas y campos áridos, casi sin personas que lo habiten, más que algunos puesteros de las estancias cuidando ganado ovino. 
Las casas no están preparadas para este tipo de lluvias torrenciales, rápidas y abundantes. Los techos no resisten y seden. Allí aparecen las goteras y con ellas las filtraciones en las paredes. 
A mi me apareció una Gotera desconocida, en la punta del cuarto de dormir. Justo donde mi cabeza apoya en la almohada. Allí donde reposo, cae frenética y grande una gotera desconocida a la que me le he presentado como la “dueña de la casa”. No ha querido escucharme y parloteo toda la noche, con lo cual tuve que correr mi cama, al centro de la habitación. Igualmente puse un trapo de piso donde caía la famosa Gotera desconocida, e igual siguió hablando todo la noche sola, porque en algunos momentos me adormilaba sin escucharla. 
Así pasé toda la noche en vela o en duermevela, pensando en tanta gente que estaría evacuada, y con sus cosas mojadas en esta ciudad que tiene la desocupación más alta del país. Eso no me permitió poder seguir en la cama, así que me levanté y preparé el mate amargo. 
Afuera seguía lloviendo de una manera que la verdad, me recordaban las lluvias de veranos en Sauce Pintos, cuando era chica. 
El patio estaba lleno de agua, inundado de hojas amarillas y de bolsas de nylon que vuelan a ese lugar. 
Al final como a las seis y media, volví a dormirme hasta recién que abrí los ojos y escuché que ya no llovía. Los pájaros y algunos teros de la laguna trinaban y cantaban. 
El cielo sigue encapotado y gris. Pero parece que la tormenta ha pasado. 
Así quedo el patio

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