Aveces la vida



Aveces la vida te da sorpresas inesperadas. 
 Ayer iba caminando por las calles de Rawson, y se me voló el sombrero. Tuve que volver y correr a buscarlo. Cómo el viento lo arremolinaba cada vez más lejos, le grité a un transeúnte que venía en dirección opuesta a la mía. El tomó el sombre en sus manos agachándose a levantarlo. Llegué y me lo entregó con una sonrisa amplia y franca que me iluminó el día. Era un muchacho de unos treinta años. De mediana estatura, con jean y zapatillas, pero cuando me miró, vi que esos ojos eran conocidos. Me hicieron cosquillas en la neurona de los recuerdos en un segundo y en mi cabeza se iluminaron recuerdos de más de treinta años. 
Le agradecí con una sonrisa y seguí mi camino, que era el suyo, porque yo me había vuelto en busca del sombrero. 
Seguí haciendo las compras y preguntando precios, en algunos negocios. Pero mi cabeza estaba trabajando en silencio, y buscando entre los recuerdos, aquel que fuera un eco en esa madeja de puntos y nostalgias. 
Seguí con mis actividades, bajo un sol picante de primavera en este sur argentino. 
De pronto, algo me paró en seco. 
¡Albricias! Mi mente me trajo el momento exacto en que esos ojos y ese rostro, me encandilaron con su sonrisa franca. 
Un aula, de cuarto grado, en la escuela Nº47, en Rawson, un niño que aparece a mitad de año, con una mamá acongojada. Ese niño, Leandro, fue la alegría del aula, porque era travieso, pero también pícaro, y muy simpático.
Se me iluminó la cara y aunque no estaba con nadie, me sonreí, y sentí que los recuerdos inundaban mi mente.
¿Qué resortes se han activado para que esos recuerdos de tantos años vuelvan a estar nuevamente como recién estrenados en mi corazón?
Nadie lo sabe. Así son los recuerdos y aparecen cuando menos los esperas, como hoy cuando esos luceros iluminaron mi camino en la ciudad.




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