Regreso a mi infancia




El sábado, mi hermano mayor, me invitó para ir un rato a la casa donde nacimos y pasamos nuestra infancia: La Santa María. Allí vivimos los momentos más extremos de nuestras vidas. Los más felices, y los más tristes.
Ya en el camino, ver esas colinas verdes con la sombra de las arboledas, me produjo una emoción inusual y rara. Al aproximarnos, por el viejo camino desde el pueblo, hasta la casa, sentí otra vez esa sensación de volver a esa tierra. La casona de mi niñez. Esa que me vio nacer y me vio llorar con la angustia atrapada en mi alma en ese verano tórrido, o en aquel invierno cruel cuando se fueron, mi padre, y mi hermana, en ese viaje estelar al universo de las almas.
Fueron sensaciones de mucho frío y de intenso calor, que, en ambas oportunidades no me permitían respirar bien.
Esos fueron los recuerdos que como lágrimas se me agolparon en la mente, sin que yo pudiera hacer nada para evitarlos. El olor a verde húmedo y a la vez crujiente, me hizo salir del ensimismamiento que tenía y me presentó la imagen de ese lugar tan amado. Estaba diferente, pero los arboles se veían majestuosos en sus sitios originales como gigantes guardianes de lo vivido allí. Sus troncos rugosos y fuertes se imponían en la entrada. Las palmeras datileras, retoños de las centenarias, ya presentaban un porte importante desparramadas por doquier en los campos vecinos. Los trinos de los pájaros se repetían como en mi niñez, y me reclamaban la mirada hacia ese cielo azul profundo, en esa mañana singular.
Los horneros, los loros y algunos pirinchos me contaban historias de viejos tiempos.
Ahí me quedé escuchando y mirando esa imagen tan anhelada y que está profunda en mi ser desde siempre.
La palta, es un árbol mágico. Un porte glamoroso y brillante deja ver sus frutos cremosos como solo ella puede dar. No he comido otra palta tan rica como esa. Es una variedad diferente, y no se consigue en ningún lado. Solo conozco esa, de esa variedad. Y me gusta que sea así, ya que volver significa tener la posibilidad de degustar sus frutos únicos y que me regresan a la infancia, con mi padre y mis hermanos, jugando y mirando como crecía. Hoy es un árbol enorme con una forma piramidal, que me parece tan bella y especial.
Sentarse en su parque, ahora más moderno y con otras especies nuevas, plantadas por mi hermano, me hizo sentir que el tiempo no ha pasado. Solo es una sensación que se me aloja en el cuerpo, pero soy pequeña y disfruto de todo el entorno con la felicidad de siempre. 
Los aromas me impregnan los sentidos, sin que ningún recuerdo se me escape, y llegan tan nítidos que me parece vivirlos nuevamente en este momento. 
Mis hermanos jugando con los autitos alrededor de la casa en una pequeña pista improvisada en un zocalo de la pared. Los juguetes, que nos traía el “Niño Dios” en Navidad, o los “Reyes Magos” que eran casi todos de Buenos Aires, y los traían mis tíos que vivían allí. Disfrutabamos de ellos, cuidándolos, pero jugando todo el día a partir de tenerlos con nosotros. Eran nuestra propiedad más preciada y sin lugar a dudas, me veo con una muñeca “pielangeli” de la mañana a la noche en mis brazos. 
Mis ojos cerrados o abiertos, traen esos recuerdos a mi mente, mientras mi hija y mi sobrina, sacan paltas con una caña. De pronto mi sobrina se sube al palto, y me veo a mi misma en esa situación. Entonces recuerdo, tendría unos doce años, y queríamos sacar las paltas más altas, me subo por las ramas lo más arriba que puedo, mientras mis hermanos me alcanzan la caña, y en un movimiento en falso, caigo al piso, golpeándome la cabeza. Mi madre se asustó tanto que nunca más volví a subir al palto. Y mientras recuerdo esas imágenes, veo a mi hija, y a mi sobrina en la misma situación y pienso que la la rueda sigue rodando, a pesar de uno. Nada la detiene, ¿es el tiempo? Y que es el tiempo, sino una sucesión de hechos y situaciones que pasan sin que, aveces, nos demos cuenta de ello. 
Así, ese día pasó, sin que nadie pudiera sentir, excepto yo que lo traía en mi memoria, la presencia de mis padres, y mis hermanos que ya no están y mis ojos se llenan de lágrimas que caen por mis mejillas sin que nada más suceda. La tristeza es ambigua, y es rara cuando de imágenes y recuerdos se trata. No hay forma de evitarla, sin sentir que ese sentimiento de repente sin que lo esperemos. 
Los recuerdos son imborrables si uno los trae a la memoria como parte de su vida. Son indelebles porque están escritos en el alma.



                                       La Santa María, en Sauce Pintos, Entre Rios. Argentina.

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