Epistolar

 Ayer, 23 de abril 2021, se recordaba el día del Libro. Para no pasar desapersibido ese día, la Biblioteca Agustín Alvarez organizó un pequeño acto al cual también fui invitada. 

Leyeron algunas escritoras de la zona, relatos de su autoría. 

No había llevado nada para leer, pues salí rápido, y sin pensar mucho, ya que en pandemia, la movilidad y reuniones están prohibidas, pero era solo un momento y con los protocolos adecuados. 

La persona que me había invitado, me miró y me dijo:

--¿No trajiste nada para leer?- con un tono de asombro por el hecho. 

A lo que le contesté que no, que no había traído nada. 

Pero recordé que en un archivo en el celular tenía un texto que había escrito el 10 de marzo de este año, cuando se había quemado la cordillera en ese lugar tan amado por mí: El paraje Las Golondrinas, en Chubut. 

Así que cuando iba a finalizar el evento, pedí permiso para leer un texto, y me puse frente al micrófono, con los nervios de punta, y sin mirar mucho a los presentes que serían alrededor de quince personas. 

Comencé a leer, y notaba que tenía algunos errores, que mi voz no estaba entrenada en el texto, y más vergüenza me daba. Al finalizar, sentí un silencio importante que me conmovió, cuando se cerró en un aplauso, y la pregunta de¿quién es el autor?

Contesté enseguida que era de mi autoría y escuché los comentarios con sorpresa. 

--Me emocioné a las lágrimas. 

--Ya lo había leído en algún lado. 

--Muy bello y tan real. 

En fin una tarde diferente que me lleno de alegría. 

Les comparto el texto. 

Epistolar 

Te cuento que aún no recibo ningún mensaje tuyo, pero sigo escribiendo cada día como te lo prometí. 

Aquí ardíó todo. Dicen que fue un cortocircuito, pero yo sé que no fue eso. 

Murieron los pájaros, esos que tanto nos gustaba mirar mientras hacían sus nidos. Muy pocos pudieron escapar, fue tan rápido todo. Tierra arrasada, literalmente por el fuego. Ha quedado un desierto de mástiles negros como banderas piratas, que son los pinos insignia, que no son de aquí. 

Extranjeros, les dicen, como las manos de los que quieren nuestro suelo. 

Muchas almas deambulan por el lugar emitiendo sonidos agónicos y perturbadores, sobre todo en las noches que van pasando y solo la lluvia que cayó pudo aplacar. 

Ardió profundo, en la zona más bella y perfecta, como nosotros cuando nos amamos. Ya no queda nada de todo aquel amor tan sublime, que era la envidia de la vecina de Radal. ¿Recuerdas? Cómo nos reímos cuando nos dimos cuenta que nos observaba. 

Nuestro bosque ya no existe y tú tampoco, por eso sigo escribiendo sabiendo que no se recupera nada. 

Un pequeño colibrí verde azul, revolotea entre las cenizas, y ...¡Da tanta pena! estaría lejos, como tu, y no pudo volver antes. 

Ahora todo es ceniza, ceniza y arena quemada que el viento vuela. 

Cuando vengas, mira detrás del río. En ese recodo mágico, al que nos gustaba ir. Allí me verás, transformada en piedra quemada. Es lo único que pude hacer para salvarme. Escondo una semilla debajo, que pronto, con las lluvias, brotará con mi nombre a cuestas. Es lo único que pude, y ahora espero que llegues y me cuides, y me mimes, como antes, cuando el fuego no había llegado. 

Te abrazaré fuerte con mis brotes la próxima primavera, y verás que soy yo floreciendo color fuego, con los tallos negros, quemados, pero me reconocerás seguro. 

Amancay 




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