Escribir, escribir, escribir!


Estamos en la cocina, afuera es un día gris y lluvioso. El olor a pan recién horneado inunda todos los sentidos despertando ganas de desayunar.
También el ruido de los elementos propios de la confina, con sus cucharas, y vajilla que se mueve para ser colocados en la mesa. 
La voz materna llama a la familia a la mesa, con un cálido : ¡ ya está el desayuno...! Y cae uno con sus diferentes dinámicas va arribando al lugar. Las sillas crujen y se ubican en los lugares respectivos. El café suena oloroso sobre las tazas de loza y algunos comienzan a masticar crujientes tostadas embadurnadas con dulces caseros y ricas y cremosas mantecas. 
Las voces de todos son roncas, como dormidas a esta hora de la mañana, excepto la de Marilim.
Parece un campanilla que suena sin César, una campanella singular, alegre, chispeante. Su voz es contagiosa, vibrante, pasional. Marilim baila con su voz por toda la mesa y los objetos, las personas y todos los que pueden se dejan embrujar por ella.






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